La clave de la vida

por Marce N. MéndezMarce N Mendez

«No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz.»

Madre Teresa de Calcuta (1910-1997)

Cuando era pequeña y estudiaba en quinto grado en la escuela primaria leí una narración en mi libro de lecturas que jamás pude olvidar. Yo contaba con apenas nueve años cuando las palabras de ese maravilloso cuento me marcaron para siempre. Se trataba de  un relato de ciencia ficción que me atrapó desde el primer momento, con tanta intensidad que no pude parar de leer hasta llegar al desenlace. En aquella oportunidad no le presté atención al autor porque como estaba escrito en inglés, era difícil de pronunciar y  evidentemente no era un dato relevante en aquel momento de mi vida. Recuerdo que leía palabra tras palabra, casi sin respirar, atrapada en un climax de tensión psicológica y de suspenso que se mantenía incólume hasta el último renglón del desenlace. Al pronunciar el último vocablo, me quedé pasmada, con la boca abierta, como si me hubieran dado un cachetazo, una sensación de aturdimiento me invadió el cerebro;  una mezcla de confusión y asombro asaltó  mi infantil conciencia al leer que  la historia, en el último segundo, había dado un giro inesperado. Por primera vez en la vida sentí el poder que tienen las palabras escritas en los libros, cómo pueden entrar en el cerebro y como una marca a fuego,  invadir la memoria de las personas para siempre. Por suerte -o buen Karma- este texto increíble me dejó una enseñanza que jamás pude olvidar. El cuento se llama «Calidoscopio»   del genial Ray Bradbury. Comparto parte de este relato fantástico que me hizo pensar por primera vez en mi corta infancia sobre el sentido trascendente de la vida humana. Un cuento de ciencia ficción impregnado de sabiduría. (…) «Adioses innumerables, despedidas breves. El gran cerebro, extraviado, se desintegraba. Los componentes de aquel cerebro, que habían trabajado con eficiencia y perfección dentro de la caja craneal de la nave espacial, cuando ésta aún surcaba el espacio, morían uno a uno. Todo el significado de sus vidas saltaba hecho añicos. Igual que el cuerpo muere cuando el cerebro deja de funcionar, el espíritu de la nave, todo el tiempo que habían pasado juntos, lo que los unos significaban para los otros, todo eso moría. Applegate ya no era más que un dedo arrancado del cuerpo paterno, ya nunca más sería motivo de desprecio o intrigas. El cerebro había estallado y sus fragmentos inútiles, faltos de misión que cumplir, se desperdigaban. Las voces desaparecieron y el espacio quedó en silencio. Hollis estaba solo, cayendo. Todos estaban solos. Sus voces se habían desvanecido como los ecos de palabras divinas vibrando en el cielo estrellado. El capitán marchaba hacia el Sol. Stone se alejaba entre la nube de meteoritos, y Stimson, encerrado en sí mismo. Applegate iba hacia Plutón. Smith, Turner, Underwood… Los restos del calidoscopio, las piezas de lo que otrora fue algo coherente, se esparcían por el espacio. «¿Y yo? -pensó Hollis-. ¿Qué puedo hacer?. ¿Puedo hacer algo para compensar una vida terrible y vacía? Si pudiera hacer algo para reparar la mezquindad de todos estos años, el absurdo del que ni siquiera me daba cuenta… Pero no hay nadie aquí. Estoy solo. ¿Cómo hacer algo que valga la pena cuando se está solo? Es imposible. Mañana por la noche me estrellaré contra la atmósfera de la Tierra. Arderé, y mis cenizas se esparcirán por todos los continentes. Seré útil. Sólo un poco, pero las cenizas son cenizas y se mezclarán con la tierra.» Caía rápidamente, como una bala, como un guijarro, como una pesa metálica. Sereno, ni triste ni feliz… Lo único que deseaba, cuando todos los demás se habían ido, era hacer algo válido, algo que sólo él sabría. «Cuando entre en la atmósfera, arderé como un meteoro.» -Me pregunto si alguien me verá -dijo en voz alta. Desde un camino, un niño alzó la vista hacia el cielo. -¡Mira, mamá! ¡Mira! -gritó-. ¡Una estrella fugaz! La estrella blanca, resplandeciente, caía en el polvoriento cielo de Illinois. -Pide un deseo -dijo la madre del niño-. Pide un deseo.» Pasaron muchos años ya, hoy recuerdo mi experiencia con mucha ternura. Tal vez este cuento ha sido uno de los detonantes que me llevó a buscar respuestas profundas en la filosofía y luego en la teosofía pues fue la primera vez que  pensé en el significado de la vida… A partir de ese mágico instante nunca dejé de pensar lo importante que es hacer algo por alguien… que la vida adquiere un sentido extraordinario si podemos ayudar a cumplir los sueños de los otros y que todo, todo puede cambiar pues tenemos tiempo hasta en el último instante de nuestras vidas. La fuerza de la bondad o del Bien no tiene fronteras de tiempo o espacio. Todo se fundamenta en nuestro pensamiento,  la dirección de nuestras vidas es una cuestión de conciencia y elección. Como dice el budismo:

«Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos». 

Si pensamos en el Bien, haremos Bien.

Dignifiquemos nuestra existencia en cada acto, en cada acción. Que nos se nos adormezca la conciencia.  Busquemos la felicidad, dando y hagamos la diferencia…

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